Fuego sobre
hielo
Tomé una barra
de hielo para triturarla, pero en jugosa
liana, me abrazó adhiriéndose a mi piel.
No pude realizar mi cometido, el
frío me quemaba las manos. Odié ese momento mientras las bañaba bajo un
diminuto hilo que chorreaba de una canilla que apenas había logrado abrir. El
hielo seguía firme hasta arrancarme lágrimas. Pero, como ningún mal dura cien
años, apareció él. Delicadamente tomó mis manos entre las suyas y una energía
muy tibia lentamente se ramificó por los poros de mi piel, de mi carne, de mi
todo, y en continuo avance logró calmar
mi congelamiento. El hipnotismo de su tierna y dulce mirada se apoderó de mí. Cuando desperté sus
fornidos brazos me envolvían en un logro de transformación de frío a cálido,
muy cálido. Agradecida, lo abracé fuertemente, apoyé mis labios en los suyos y
me estremecí. El sol se filtraba por la
ventana. Lamento que haya sido solo un hermoso sueño.
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