EL VENADITO
En praderas soñolientas que
descansan bajo el soleado atardecer, resistiéndose al eco de las voces
inconclusas, el sol lentamente va despidiéndose del manto florecido. El venadito espera el abrazo de la luna y juntos
caminan bajo las sombras selváticas. Los frutos rojos son su perdición, brotes
de palmeras, pitangas y cerellas colgantes va devorando a su paso, tiñendo su
boca de carmín. Hunde sus pezuñas en la suave corriente del arroyo y sorbo a sorbo su lengua refresca, mientras se
mira en el espejo cristalino y da un brinco.
-No temas, no estás solo –la luna
lo vuelve a abrazar-. Yo te acompañaré por siempre.
El venadito sonríe observando sus patas limpias, retrocede y se acuesta en
el colchón de hierbas bajo el frondoso lapacho de flores tardías. Abrazado a la
luna reposa y sueña. Sueña que ella regresa, lo acaricia y lo besa. El calor de
un rayo de sol que se filtra por las diminutas rendijas de la espesa selva,
despierta al indefenso animal y él lo saluda con su boca risueña.
-Es hora de retozar- lo invita
una vocecilla tímida. Él la reconoce, el sueño se cumplió y es ella, ¡es ella! gritó cuando la vio. Ambos
retozaron por el campo, y cuando volvió la luna, los pilló muy juntos reposando
sobre la hierba fresca cubierta de rocío. La luna sonrió y se tapó con una nube
para no entorpecer el grandioso acto de amor.
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