NO ME IRÉ
La oscuridad
todavía no se había retirado. Él abrió los ojos, dio vueltas y más vueltas en
la cama y el sueño no volvió. Se miró al espejo, tomó la tijera y prolijeó
su barba. Bajo la ducha la recordó, suspiró profundo y sonrió al darse
cuenta de que con su mano apenas llegaba a frotar su espalda con la esponja
natural. Ella podría hacerlo mejor,
pensó. ¿Acaso estaba allí desnudando su desnudez? El agua borró las huellas de las espumas; se
envolvió medio cuerpo en la toalla blanca y preparó un café. Mientras tanto su
cabeza merodeaba sobre un revuelto de letras abandonadas hacía un tiempo.
Vistió ropa cómoda, se peinó con los dedos, las letras lo esperaban. Poco a
poco las fue pasando y devorando lentamente
página a página. Ella seguía allí, atenta, sin siquiera mover una
pestaña pues no quería perturbar su acometido. Las letras se bajaban del vagón
vacío, pero ella lo acompañaba al otro vagón y con su mirada acariciaba su
nuca, sus sienes, sus lóbulos y todo su cuerpo. De a ratos él presentía su
presencia y se detenía, la buscaba, así una y
otra vez. Sin embargo no podía parar de leer, requería plena
concentración para poder llegar a la meta. Ya cerca del final, giró su mirada,
aspiró su perfume y la abrazó en su
almohada.
–No te
vayas— susurró.
–No me iré—
le respondió.
—La semana
próxima pasaremos un grato momento—dijeron
a coro.
El tren de
letras estaba casi vacío y él, feliz por haberlas guardado en su mente, pero
¿las recordará?
La abrazó
junto al libro que había terminado de leer. Ella se había filtrado por la
ventana colgada de un hilo de la melodía de su música preferida. Y así durmieron
hasta que el sol anunció la media mañana.
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