INVERNAL
Sumergida en el mar
de la alegría, jugó con sus alas, acarició su piel, se enamoró con sus besos. A
merced de una alacha impló sus pulmones con aire de mar y algas.
A lo lejos, en el
fondo divisó una dádiva, revelación escrita en colores tornasolados. Su corazón
batía las olas extraviadas y al
acercarse, apenas podía ver entrecortado:
“m-i a-m-o-r”. Pero la nutación era constante y no le permitió leer lo que
decía. La tomó entre sus manos y sintió como la resina verde amarillenta de las
letras se adherían a sus dedos. Impulsivamente
ascendió hacia la superficie y con sorpresa no se encontró en la misma
playa por donde había ingresado Era un fiordo hundido entre montañas congeladas
lo que la esperaba. El sol apenas alumbró sus manos de letras secas y heladas.
Con sus ojos humedecidos por lágrimas marinas leyó: “gracias mi amor, puedes
irte al país del cual procedes, perdón,
ya tengo que irme y no podré volver”. La dádiva desde lejos no había sido la
misma, el fiordo la había transformado con su helado plasma.
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