Con desgarbo
quejoso e irritable
vivía momentos quiméricos
sin conmoción alguna.
De vez en cuando
por las noches
escudriñaba calles
plazas y parques
con suspicacia gris.
Y en una de esas noches lluviosas
los charcos pestañeaban
a la luz de una enojosa luna
los autos como locos pasaban
y lo bañaban
como si fuera a estar frente
a una ola de acantilado.
Ella lo vio
cuando fue a buscar
las tachas doradas
de su viejo bolso olvidado
del que ni siquiera quedaban
vestigios oxidados.
Malania
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