Con sus 67 años de edad, se
sintió persuadido y oprimido. El biotopo lo molestaba, no quería seguir así.
Observar los líquenes todos los días lo deprimía, se sentía un simbionte. Esa
noche eligió tomar un cóctel de frutas tropicales y se acomodó en el mullido
sillón para mirar televisión. Extraño y
con sorna singular, diseñó el proyecto de su vida futura. No iba a correr el
riesgo de sufrir un colapso a causa de ese trabajo y del techo que lo
albergaba. Esa noche se iría para siempre sin contar a nadie cuál sería su
destino. No quería seguir viviendo en esa casa cuya propietaria era su novia, la
dueña de todo lo que lo rodeaba.
Se despertó de madrugada con
el televisor encendido. Fue a su habitación y ella no estaba. Tomó su maleta
lista para partir y decidido se dirigió a la puerta de frente. Su novia yacía
en el piso con pocos signos vitales. Tiró su maleta hacia el interior, corrió a
buscar el coche y la trasladó al Hospital. Llegó a tiempo -dijo el cirujano-,
su vida no corre peligro, pero tendrá un largo período de recuperación.
Su deseo nuevamente fue
postergado sin saber hasta cuándo. Ese día la vida le deparó una sorpresa,
buena o mala, sorpresa al fin.
Malania
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