FUE POR ESO
-¿Por qué no legamos nuestros palmos?
Él la escuchó y comprendió que lo quería
fastidiar con la propuesta. Continuó su tarea junto al antro campestre, colocó
cipos y su obrar la molestó todavía más. Arrojó un terrón sobre las espaldas
del trabajador, quiso tullirlo, pero el hombre no se inmutó. Su isba iba
tomando forma, deseaba hacerla hermosa,
su mirada fija en el evo no le permitía error. Él, solo él conocía su
secreto. Ella, como un buque en lastre, alomaba con el único
propósito de incomodarlo, y en proclive los terrones no cesaban de circular por
el aire. Algunos iban lejos, otros caían
en la obra. Era tal su obsesión por truncar el objetivo de Lucio, que con
gritos y amenazas logró sacarlo de sí.
Lucio disparó hacia Lucía, la tomó en
sus brazos, la sentó sobre la carreta cubierta de espartillos, la sofocó con
besos y la paseó por el sendero al río, hasta dejarla dormida.
Lucía despertó,
después de varias primaveras, hundida en
el lecho, cubierta con sábanas de seda, en una alcoba de paredes lavanda, de la vivienda que Lucio logró acabar sin su
estúpida intromisión, vivienda que él había
prometido como ofrenda a esa mujer disparatada por la que sintió amor
inmensurable y nunca pudo hacerla suya. Él era etéreo. Cuando ella despertó,
Lucio se había evaporado.
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