CREPÚSCULO EN FLOR
Algo distinto, eso quería,
y el crepúsculo se subió a una goleta. No le bastaron los mares, eligió las
nubes y recorrió el mundo. Vagó por los
aires cálidos y fríos, divisó solfataras, prados y ríos, hasta que lo derrumbó
el cansancio. Una nube acogedora que en silencio lo observaba le ofreció cobija
y cariño y desde allí el crepúsculo meditó varios días. Hastiado y disconforme
con su ociosidad, volvió a su mundo. Encontró una nube transparente y la eligió
como posada, desde allí podría ver todo lo que lo rodeaba. No muy lejos y en
descenso vio un gran árbol cubierto de flores rosa violáceo. Sus despertares
eran alegres al verlo tan elegante y perfumado, tanto así que con su aroma
atrajo a los pájaros, quienes se resistían a dejarlo. Sus nidos tenían su propio
jardín, las flores del lapacho, esas que sin saberlo, embarcaban un destino. El
crepúsculo, intuyendo lo que avenía, soltó su voz: -¡No se vayan, yo las quiero!
La nube transparente despertó y al unísono lo acompañó:-¡Cuidado!-. El alerta llegó
a destiempo. La ráfaga no se apiadó y llena de envidia por tanta belleza se
hizo cargo de destruir aquel paisaje esplendoroso. El crepúsculo se durmió,
triste y adolorido, impotente, exhausto por sus gritos. Pero los pétalos altruistas
descansaron unidos en el suelo, se secaron las lágrimas provocadas por la lluvia y alfombraron el camino de la ciudad
sin truenos. Atesoraron su sueño y su destino, el de brindar a los lugareños su
belleza montesina. Cuando el crepúsculo despertó, sonrió contento al ver
adornado y enaltecido su sueño.
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