viernes, 23 de octubre de 2015
ECO DE AMOR
La noche me encontró muy cansada, pero aún así no podía conciliar el
sueño. Quizás algún medicamento podría haberme ayudado, pero no, preferí
recurrir a mis conocimientos, aquellos que alguna vez me los enseñara
ningún médico, pero sí un mail recibido oportunamente. En aquella
oportunidad lo tomé como algo irrelevante, aunque cada vez que me poseía
el insomnio, volvía a leerlo y releerlo. Así un día, otro y otro,
despacio comencé a dar valor a tal aprendizaje y anoche, nuevamente
necesité traerlo a mi memoria, y no solo a mi memoria sino a todo mi
cuerpo. La imagen que acompaña el texto, no es mera casualidad, pues
allí me remonté. Me acomodé en una de las rocas al borde de la cascada.
Debo reconocer que no estuve sola. Juntos, tomados de la mano, en silencio profundo, donde solo nuestra respiración se confundía con el ruido de la cascada, hacía eco en la profundidad de la noche, iluminada por la luna. No había lugar para palabras, ni gestos, nada, nada más el aire, la calma. Y así logré dormir hasta las seis de la mañana, unida a su tibia piel, a su mano, fortaleza infinita.
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