Un día como
cualquiera, en vaivén de tristeza y rutina, sin rumbo fijo comencé a recorrer
las páginas de internet; cualquiera era válida, hasta llegar a una en la que,
por algo que no sé por qué, me detuve.
Muchas fotos, algunas nítidas y reales, otras mentirosas y robadas de actores,
otras sexis y sugerentes, algunas ridículas y sin sentido, otras de animales o
de flores. Cada cual representaba la identidad de alguien que estaba detrás de
la pantalla. Tras el recorrido de mi mirada, y tal vez por intuición, el índice
pulsó sobre una imagen de perfil poco
común. Un cuerpo emplumado, en el que no podía distinguir si era hembra o macho y si lo que reflejaba, era el momento preciso en que una
cámara captó un acto previo a la reproducción o de qué otra cosa se trataba. Mi
curiosidad fue en aumento, recorrí cada renglón del perfil que no decía
demasiado pero lo suficiente como para creer que era una persona no del todo
libre y que deseaba encontrar una salida hacia un hilo de dulzura y libertad. Virtualmente nos saludamos
y de a poco fueron sucediéndose palabras en telegramas tan breves que a veces
me causaba enojo el por qué no eran más extensos. Desencuentros fatales entremezclados con mínimas coincidencias se presentaron en el
camino desde aquel diecisiete de mayo. Podría catalogarse como la
inexistente película en blanco y negro
titulada “Acepciones y eludidos”. Una
noche ventosa, como en relámpago irisado, me invadió la duda. Pensaba en él (me
gustaba pensar en él), si era un trivial internauta, un solitario aranero, o
quizá miembro de alguna secta religiosa o de algún foro judicial. Quién sabe
qué misterio se ocultaba en ese hombre que, vestido elegantemente, esperaba mi
llegada detrás de una mesa de bar. Su mirada fija y tranquila desvió mi
intento por saber algo más de él,
mientras tropezaba con su sonrisa que
derretía mi corazón y mis dedos con los suyos en el intento de mostrar una
identificación, que hasta el momento había sido un simple seudónimo. Salimos
del bar luego de más de una hora de charla, caminamos cierta distancia y nos
despedimos con un beso en la mejilla y apenas un roce de manos, lo que bastó
para darme cuenta que en aquél hombre había algo que me atraía. Se sucedieron
esporádicos encuentros de café y charla, casi siempre en el mismo sitio
mientras la química iba sorteando dificultades para luego florecer al máximo. Y
así fue. Va
pasando el tiempo cada vez con más alegrías que tristezas, más coincidencias
que desencuentros, y el amor tomando
curso. Días pasados, mientras viajaba por cuestiones de trabajo, su imagen se
apoderaba de los interlineados del libro que es mi compañero de ruta.
Vislumbraba las líneas de una nueva página y su imagen estaba allí con nuestras
manos entrelazadas, abrazos tiernos y profundos de esos en que la fusión de
cuerpo y alma va al unísono, y el deseo de tenerlo nuevamente junto a mí, intensificándose día a día, por lo que en ese
momento, la lectura quedó algo postergada. La iluminación del transporte
público era escasa y preferí reposar observando cómo las últimas luces
horizontales del día brillaban cansadas,
casi con desmayo, en el ambiente gris. Con acalorada alegría en mi rostro que era
evidente y algún que otro pasajero la
detectara, bajé y caminé hasta mi casa más ufana que nunca.
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