“Día frío, especial para quedarme en casa y
disfrutar de mucha tranquilidad y mi soledad”, pensó Rita esbozando una sonrisa. Era
sábado. Se levantó de la cama más tarde de lo que acostumbraba y como era
habitual, se desperezó bajo la ducha tibia y reconfortante. “Hoy no estás para compartirla” se dijo
en el momento justo en que sus manos espumosas dejaban al descuido el jabón
rosa que le traía recuerdos. El ritual posterior no fue diferente al de todos
los días: secador y cepillo para el
cabello, crema y loción para el cuerpo, delineador y labial para no verse con una
simple cara lavada, todo como si hubiera adivinado lo que la esperaba. Se preparó unos mates,
colocó la yerba, un poquito de azúcar, y apenas una pizca de manzanilla. Lo
sacudió como para mezclar todo y echó un chorrito de agua fría sin mojar toda
la yerba, luego el agua a punto listo como para cebar la infusión. Esperó unos
minutos y colocó la bombilla. Los primeros sorbos que suelen venir acompañados
de polvo de la misma yerba mate, los echó a la pileta. Recordó las cascaritas
de naranja, por lo que desenroscó la tapa del recipiente y tomó varias que ya estaban
secas (Las cascaritas ella misma las prepara cuando pela las naranjas, lo hace
cuidadosamente tomando solo la parte anaranjada porque la corteza blanca es
amarga, y las deja secar). Estaba feliz por el día que la
esperaba. Ni siquiera iba a cocinar porque había comida en la heladera y solo
faltaba calentarla antes del almuerzo.
Bastó que se sentara ante la computadora (servidor) para que sonara
el teléfono.
-Hola! Cómo estás? Cómo será tu día
hoy? Estarás muy ocupada? –la voz al otro
lado del hilo no la dejó elegir respuesta.
-Hola! Bien! Nada especial para hoy.
Por qué? –recordó que tenía que salir a las cuatro de la tarde a visitar a un
alumno para explicarle un tema de matemática, y se lo dijo.
-Entonces voy a visitarte –dijo con
tono decisivo.
-Está bien –respondió la dueña de casa
con el pensamiento puesto en que su día no sería el mismo del que había
planeado.
Tomó unos mates, encargó empanadas para reforzar el almuerzo, revisó su
correo electrónico, escribió un par de comentarios en algunas de las Comunidades
a la que es asidua visitante, y sonó nuevamente el teléfono.
-Ya estoy cerca, puedes salir a mi
encuentro?
-Ahí voy –respondió Rita.
Era casi mediodía cuando se encontraron. Entre sus domicilios
hay más de hora y media de viaje. El almuerzo transcurrió con amena charla. Sobre
todo la de la visita que no se callaba ni para masticar los alimentos. Contó
historias y más historias. Rita que acostumbra a estar en silencio hasta cuando
escucha la radio o sintoniza un canal de televisión, el volumen no supera los
20 decibeles, estaba segura que Marta sobrepasaba al doble de ese volumen, en
bien de sus oídos quería decirle basta
pero su corazón y su alma la invitaban a tener paciencia ya que la grata visita
(dentro de todo, grata) no sería para mucho tiempo. La hora se aproximaba, Rita
avisó que pasaría a vestirse diferente, porque el ambiente no estaba para andar
desabrigada. Se calzó las botas, tomó un abrigo grueso y se sentó a esperar a
que Marta terminara la casi última charla como visitante. Rita se aseguró de
que todo esté cerrado, hasta las llaves de luz y calefacción.
Caminaron juntas, Marta del brazo de Rita por temor a tropezar con una
baldosa suelta, que en este barrio y muchos otros, abundan. Llegó el tren a
horario y ambas ascendieron. Rita bajó tres estaciones antes de la que iba su
amiga para hacer combinación. Pero la historia no terminó ahí, y el día
realmente se presentaba distinto.
Ya en casa de su alumno, se dispuso a explicar los temas demandados. Había
pasado una hora cuando comenzó a sentir que su olfato no le fallaba y desde la cocina un
reconocido olor se expandía por todo el dos ambientes. El aroma particular y penetrante
como molesto, salvo cuando se está dispuesto a comer al amigo del colesterol,
comenzó a nadar hasta impregnar los cabellos limpios y prolijamente peinados,
el abrigo colgado de un perchero y los poros de su piel perfumada. Rita solo pensaba
en llegar al final de la clase. El olor a quién sabe qué cosa frita con aceite
de mil usos, le había quitado hasta las
ganas de ir a la misa vespertina. Se sintió tal mal que lo único que quería era
hacer lo que hizo: llegó a su casa, se desvistió, colocó su ropa en el
lavarropas (lavadora) y respiró profundo bajo la ducha tibia.
me gusta tu manera de escribir,y siento que de cierta manera me remite a mi misma. A mis escritos.
ResponderBorrarMuchas gracias! nellylita 51. Visitaré tu página. Buen día
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