CUMPLEAÑOS
Algunos la llamaban “bausana”, pero ese
nombre no la caracterizaba. Era aplicada en el colegio hasta fue abanderada en el
último año del ciclo primario. Siempre la elegían para recitar poesías en los
actos escolares, cosa que le encantaba y la hacía feliz. No se sumaba a los
desórdenes de niños rebeldes y seguramente por eso la llamaban así, bausana. Tímida,
temerosa de las malas notas y de las reprimendas en clases, por lo que prefería
ser obediente. Sus padres, descendientes de inmigrantes, no acostumbraban a los
festejos de cumpleaños, ni tampoco a los regalos. Si algún día recibió un
obsequio, fue de manos de su hermano mayor que durante el servicio militar
obligatorio le tocó ingresar a las filas de las fuerzas marítimas, y cada vez
que regresaba a su casa ella lo esperaba con muchas ansias. Una de esas veces
le trajo de regalo una muñeca de loza color negro, vestida de mazamorrera, con
turbante rojo y lunares blancos. Ella adoraba a esa muñeca, hasta que un día alguien
le sugirió que la bañara, y al hacerlo su único juguete se deslizó por sus
pequeños dedos enjabonados, y se
desplomó en el piso de adobe partiéndose en dos pedazos. Su hermana mayor que
ella, buscó con qué unir las partes pero
la muñeca ya no era la misma. En vano fue su llanto y pedido de que le
compraran otra, no había una igual en ninguna parte de ese pueblo chiquito y
tranquilo donde vivía. Tampoco se esforzaron mucho en buscarla. Su hermana, muy
habilidosa en corte y confección, logró
armar una muñeca de trapo, era hermosa, pero se ensuciaba seguido, más por el polvo
de la tierra roja del lugar. Una de las
tantas veces que la bañó, la muñeca se destripó y nada pudo reemplazarla. Pasaron los
años y no hubo más regalos más que alguna que otra prenda de vestir o telas
para confeccionar vestidos. Su
vida cambió cuando su primer novio oficial (del que pedían la mano a los padres
para visitarla en la casa) le obsequió una cadena de plata 900 con sus
iniciales grabadas. Luego se sucedieron muchos regalos, y cuando nacieron sus
hijos, cada cual con un regalo en la mano, la despertaban seguidos por aquel
que fuera el mejor novio, padre y
esposo. Nunca festejaron a lo pomposo, con bombos y platillos, porque no se
estilaba hacerlo. Preferían el asado
familiar del domingo, la ensalada rusa que no podía faltar y algún postre
favorito de los niños, entre los que además de los biológicos, estaban
presentes sus hijos del corazón. Ah! y la infaltable torta para soplar las
velitas. Desde el día que él se fue para siempre, lo único que ella quiere es preparar una
buena comida y compartir en familia. Pero hoy, que está lejos de sus raíces, preparó
el almuerzo, invitó al sol, quien la
vistió de púrpura y lentejuelas brillantes, y con sus rayos hizo tararear la
canción de feliz cumpleaños a todas las estrellas. Fue su único invitado y
comensal especial. Compartieron las llamadas telefónicas, los mensajes de
texto, los saludos por las redes sociales, riendo y haciendo devoluciones con
alegría y buen humor. Embelesado por la actitud
sencilla y conformista de la cumpleañera, se retiró lentamente y desde el
rellano, saludó con un aleteo cálido ahuyentando los gemidos de las lágrimas de
lluvia que no tuvieron lugar en el convite.
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