No quería retroceder
aunque lo atacara una pertinaz jaqueca
y sus ideas estuvieran desparramadas
en una envolvente ensenada vieja.
Ya no era un zagal
había pasado hacía varias décadas
desde aquel amor
al que nunca pudo olvidar.
Sus lágrimas eran torrente
cada vez que la recordaba
en sus paseos por salinas desoladas
los verdes bosques o los jardines floridos
en veraniegas alboradas.
Hoy solo quedan
cataratas de aguas oscuras
y con ellas una incipiente idea
la de dejarse oxidar por la humedad
y convertir la fe en un rayo de luna
Malania
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