Los
canes estragaban los jardines. Pero no
sabían que allí estaba él,
diligente, intrépido, perspicaz. Era como un nimio,
todo lo quería
perfecto.
Algo
ocurrió de repente y comenzó a flaquear. No sabía si mirar
por la ventana y espantar a
los pájaros o cuidar los jardines y
correr a los perros. No percibía en su
mente qué cosa era lo que
mejor convenía. No
quería forzar sus pensamientos. Entonces
decidido juntó hojas con frases y palabras,
las disecó, las colocó
en un mortero y las dejó reposar hasta el día siguiente.
Cuando
despertó, se dirigió al mortero con la idea de renovar su
inspiración,
quizás allí encontraría la poesía perfecta o el mejor
de los poemas. Pero lo
único que logró fue sacar a cucharadas
letras sueltas.
Esperó
al amanecer del otro día y emprendió una caminata. Ante
sus ojos, estaban
intactos los jardines. Los canes lo
saludaban
agitando sus colas y jadeantes le sacaban sus lenguas. Decididos se
armaron en carrera y confluyeron en un atajo bordeado de rosas
blancas, rojas y rosadas. Los pequeños animales detuvieron su
marcha y olfatearon uno a uno
los capullos en eclosión.
El nimio desde ese momento se convirtió en amigo de
los perros.
Quizás
los canes le ayudarán a inspirarse a escribir poemas y
poesías.
Malania
Imagen
de la red
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