El alcohol no es mi amigo, alguna vez un
sorbo de whisky, media copa de vino o una cerveza fueron mis aliados en
compañía del ser querido. Pero en el cielo necesitaban a un humorista, alguien
que tuviera alegría y buen humor permanente y los ángeles se lo llevaron.
Digamos que fue así, pues pudo haber sido de otra manera.
Cuando sonó el
timbre anunciando de que tenía una llamada telefónica yo dormía profundamente
como si estuviese ebria o en otro mundo.
Me encontraba
en pleno sueño y mi cerebro, hinchado, como si lo hubiese puesto en remojo.
Miré el reloj y marcaba las cuatro, de la tarde o de la mañana. ¿Cómo saberlo? Tampoco
logré recordar en qué día de la semana y del mes estaba. Entonces me levanté, corrí las cortinas y abrí
las persianas. Descubrí un día nublado; era de tarde, apenas soplaba un aire
húmedo, gris y no había ni un solo ruido; ni siquiera el loro se percató de que
ya no era hora de siesta.
Cuando levanté
el tubo del teléfono, alguien se cansó y cortó.
Malania
Imagen de la
red
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