Un eclipse arrepentido se levantó contra el cielo
cuando la granizada golpeó los vidrios del portezuelo
con ventanas entreabiertas a la hora de la siesta
desnivelando los quicios, sembrando el pánico
haciéndolos sentir que estaban vivos
rompiendo el silencio con estrépito trueno
y con el impulso de su obtuso aliento.
Ni un designio de su voluntad que apareciera impreso
se veía en letras grandes con la gloria de otros tiempos
y sin encontrar sosiego
hasta los pájaros en las jaulas estaban muertos de miedo.
Todo era complejo, aunque estaba completo
en los espejuelos de la mesa donde el hombre estaba tenso
entre las flores de su propio huerto
que en jarrones perfumaban la casa y todo su cuerpo
allí permaneció perplejo.
Arengas repetidas tan presentes en su vida
a merced de sus sueños ahogados
en un amanecer solitario y lento
mientras su insomnio pastoreaba madrugadas
y en vientos de luna llena sentía el paso del tiempo
dejando huellas descalzas con las palmas de sus manos
estampadas en paredes enmohecidas en noches sonámbulas
Preso del tumulto exterior lleno de espanto.
por todas partes los vestigios olvidados que el viento se iba llevando
con lluvias de hojas secas que acababan en el último peldaño
de una escalera de fieltro bajo la cual se guardaban
los únicos platos de antaño.
Todo era culpa de aquel eclipse, decía ella para consolarlo
y él tirado como un mújol azul plateado
en una casa de náufragos con puro olor a quemado
se abatía en el remanso de la decrepitud
con alpargatas de desahuciado.
Malania