lunes, 22 de junio de 2015

La carta no enviada

Se despertó con los últimos suspiros de la noche. Ni un minuto más quiso quedar en la cama. Preparó la ducha como de costumbre, ordenó su habitación, dispuso lo necesario para el desayuno, eligió cuidadosamente la ropa que vestiría, sobre todo, interiormente quería lucir de fiesta. Todo indicaba que ese día sería especial y que lo pasarían muy bien. Prosiguió su ritmo habitual previendo que todo esté lo mejor posible para una visita galana.
   Justo a la hora esperada sonó el timbre. No tenía en su mente más que una figura esbelta, sonriente dispuesta al gran abrazo del reencuentro. Abrió la puerta sin vacilar. Su rostro se transformó al ver lo que traía el visitante que no era el esperado. Una diminuta figura vestida con uniforme beige le acababa de recordar que era último viernes del mes y correspondía fumigar la vivienda.
-Hoy es imposible -dijo con voz enérgica- y se disculpó. Lo esperaré el próximo mes. Sonrió como si no pasara nada, saludó al servidor y cerró la puerta.
   Respiró profundo aliviada por deshacerse del intruso. No permitiría que ningún otro aroma más que el de su perfume permaneciera en el ambiente.
   Los minutos caminaban y sus ojos se desorbitaban de tanto en tanto ante ese tic tac que no se detenía. "Algo le habrá pasado", murmuró en soledad. "¿Será por el trabajo? ¿Estará enfermo?" -y su mente se cubría de remolinos en conflicto. "Si tiene mi número de teléfono ¿por qué no me llama?
   Los minutos y las horas se sucedieron. La oscuridad hacía menos visible su habitación, no quería luces. Sólo permitió a un velador de pié con una pantalla floreada  de cono truncado, que fuera su guía. Se había  transformado en una zombi hasta quedar del todo adormecida sobre la fría cama. Se despertó a la madrugada, buscó su piyama, se cambió de ropa y volvió a cerrar los ojos para quedarse profundamente dormida.
   Al despertar seguía con la ilusión de verlo llegar. Su casa parecía más vacía que nunca, al igual que su estómago, pero no sentía hambre. Encendió su computadora en busca de noticias, aunque no consiguió más que deambular por páginas y páginas, sin interés más que aquella visita truncada por el destino, o vaya uno a saber por qué.
   Cuando se enteró del motivo del desencuentro, fue tarde ese día para lograr una reacción positiva. Ya no tuvo ganas más que las de permanecer en la nebulosa gris. De a poco volvió a reconciliarse consigo misma y escribió este relato a modo de desahogo. ¿O es que no sabes que la escritura es un escape y sirve de terapia a los sentimientos?
   Por suerte, los nubarrones fueron desapareciendo paulatinamente y su vida recobró la normalidad, haciendo posible que el amor vuelva a posarse sobre su corazón, con el amor de ese hombre que aquel día no la hizo sentir feliz.