domingo, 15 de mayo de 2016

DÍA DISTINTO.

“Día frío, especial para quedarme en casa y disfrutar de mucha tranquilidad y mi soledad”, pensó Rita esbozando una sonrisa. Era sábado. Se levantó de la cama más tarde de lo que acostumbraba y como era habitual, se desperezó bajo la ducha tibia y reconfortante. “Hoy no estás para compartirla” se dijo en el momento justo en que sus manos espumosas dejaban al descuido el jabón rosa que le traía recuerdos. El ritual posterior no fue diferente al de todos los días: secador  y cepillo para el cabello, crema y loción para el cuerpo, delineador y labial para no verse con una simple cara lavada, todo como si hubiera adivinado  lo que la esperaba. Se preparó unos mates, colocó la yerba, un poquito de azúcar, y apenas una pizca de manzanilla. Lo sacudió como para mezclar todo y echó un chorrito de agua fría sin mojar toda la yerba, luego el agua a punto listo como para cebar la infusión. Esperó unos minutos y colocó la bombilla. Los primeros sorbos que suelen venir acompañados de polvo de la misma yerba mate, los echó a la pileta. Recordó las cascaritas de naranja, por lo que desenroscó la tapa del recipiente y tomó varias que ya estaban secas (Las cascaritas ella misma las prepara cuando pela las naranjas, lo hace cuidadosamente tomando solo la parte anaranjada porque la corteza blanca es amarga, y las deja secar).  Estaba feliz por el día que la esperaba. Ni siquiera iba a cocinar porque había comida en la heladera y solo faltaba calentarla antes del almuerzo.
   Bastó que se sentara ante la computadora (servidor) para que sonara el teléfono.
-Hola! Cómo estás? Cómo será tu día hoy? Estarás muy ocupada? –la voz  al otro lado del hilo no la dejó elegir respuesta.
-Hola! Bien! Nada especial para hoy. Por qué? –recordó que tenía que salir a las cuatro de la tarde a visitar a un alumno para explicarle un tema de matemática, y se lo dijo.
-Entonces voy a visitarte –dijo con tono decisivo.
-Está bien –respondió la dueña de casa con el pensamiento puesto en que su día no sería el mismo del que había planeado.
   Tomó unos mates, encargó empanadas para reforzar el almuerzo, revisó su correo electrónico, escribió un par de comentarios en algunas de las Comunidades a la que es asidua visitante, y sonó nuevamente el teléfono.
-Ya estoy cerca, puedes salir a mi encuentro?
-Ahí voy –respondió Rita.
Era casi mediodía  cuando se encontraron. Entre sus domicilios hay más de hora y media de viaje. El almuerzo transcurrió con amena charla. Sobre todo la de la visita que no se callaba ni para masticar los alimentos. Contó historias y más historias. Rita que acostumbra a estar en silencio hasta cuando escucha la radio o sintoniza un canal de televisión, el volumen no supera los 20 decibeles, estaba segura que Marta sobrepasaba al doble de ese volumen, en bien de sus oídos quería decirle  basta pero su corazón y su alma la invitaban a tener paciencia ya que la grata visita (dentro de todo, grata) no sería para mucho tiempo. La hora se aproximaba, Rita avisó que pasaría a vestirse diferente, porque el ambiente no estaba para andar desabrigada. Se calzó las botas, tomó un abrigo grueso y se sentó a esperar a que Marta terminara la casi última charla como visitante. Rita se aseguró de que todo esté cerrado, hasta las llaves de luz y calefacción.
   Caminaron juntas, Marta del brazo de Rita por temor a tropezar con una baldosa suelta, que en este barrio y muchos otros, abundan. Llegó el tren a horario y ambas ascendieron. Rita bajó tres estaciones antes de la que iba su amiga para hacer combinación. Pero la historia no terminó ahí, y el día realmente se presentaba distinto.

    Ya en casa de su alumno, se dispuso a explicar los temas demandados. Había pasado una hora cuando comenzó a sentir que su  olfato no le fallaba y desde la cocina un reconocido olor se expandía por todo el dos ambientes. El aroma particular y penetrante como molesto, salvo cuando se está dispuesto a comer al amigo del colesterol, comenzó a nadar hasta impregnar los cabellos limpios y prolijamente peinados, el abrigo colgado de un perchero y los poros de su piel perfumada. Rita solo pensaba en llegar al final de la clase. El olor a quién sabe qué cosa frita con aceite de mil usos,  le había quitado hasta las ganas de ir a la misa vespertina. Se sintió tal mal que lo único que quería era hacer lo que hizo: llegó a su casa, se desvistió, colocó su ropa en el lavarropas (lavadora) y respiró profundo bajo la ducha tibia.