Un
marginado vagabundo, entibia su cuerpo con el resto de un abandonado café, en una
mesa solitaria con huellas de lágrimas de ausencia. El único local rodeado por
árboles frutales, no hay otro que abra sus puertas antes de que salga el sol y cierra
pasada la media noche.
Errante camina por calles de tierra juntando pétalos de
rosas deshojadas por el viento y escorias de un fingido jardín sin dueño. Prepara
su cama con cartones y restos de algún lienzo deshilachado. Apoya su cabeza
sobre una bolsa de un raso viejo, atada en un extremo con una suerte de bretel,
que bien pudo haber sido un camisolín de una dama olvidada (o no). Desde adentro crujen hojas secas y más
pétalos de rosas rojas que hacen las veces de una improvisada e incómoda
almohada, donde el rojo se volvió amarronado por las huellas del sucio terreno
donde es apoyada.
Flemático al despertar acomoda su cabeza y besa su “almohada”
como si a alguien recordara. Recoge los cartones acomodando uno a uno bajo una
cimbra enmohecida, a la que el pasar del tiempo borró todo rastro de pintura.
Arranca unas hojas de hierba que para él son depurativas y vuelve a las calles terradas
y otras empedradas, con la compañía de algún perro abandonado y bajo el brazo, su
almohada. La claridad del día le indica el camino hacia el único café que abre
sus puertas antes de salir el sol.
Autora: Elsa Luchechen
Pseudónimo: Malania Nashki
Fotografía de la red.