jueves, 26 de noviembre de 2015

NO ME IRÉ...

NO ME IRÉ
La oscuridad todavía no se había retirado. Él abrió los ojos, dio vueltas y más vueltas en la cama y el sueño no volvió. Se miró al espejo, tomó la tijera y  prolijeó  su barba. Bajo la ducha la recordó, suspiró profundo y sonrió al darse cuenta de que con su mano apenas llegaba a frotar su espalda con la esponja natural. Ella podría hacerlo mejor, pensó. ¿Acaso estaba allí desnudando su desnudez?  El agua borró las huellas de las espumas; se envolvió medio cuerpo en la toalla blanca y preparó un café. Mientras tanto su cabeza merodeaba sobre un revuelto de letras abandonadas hacía un tiempo. Vistió ropa cómoda, se peinó con los dedos, las letras lo esperaban. Poco a poco las fue pasando y devorando lentamente  página a página. Ella seguía allí, atenta, sin siquiera mover una pestaña pues no quería perturbar su acometido. Las letras se bajaban del vagón vacío, pero ella lo acompañaba al otro vagón y con su mirada acariciaba su nuca, sus sienes, sus lóbulos y todo su cuerpo. De a ratos él presentía su presencia y se detenía, la buscaba, así una y  otra vez. Sin embargo no podía parar de leer, requería plena concentración para poder llegar a la meta. Ya cerca del final, giró su mirada, aspiró  su perfume y la abrazó en su almohada.
–No te vayas— susurró.
–No me iré— le respondió.
—La semana próxima  pasaremos un grato momento—dijeron a coro.
El tren de letras estaba casi vacío y él, feliz por haberlas guardado en su mente, pero ¿las recordará?

La abrazó junto al libro que había terminado de leer. Ella se había filtrado por la ventana colgada de un hilo de la melodía de su música preferida. Y así durmieron hasta que el sol anunció la media mañana.