sábado, 11 de junio de 2016

CUMPLEAÑOS

CUMPLEAÑOS

Algunos la llamaban “bausana”, pero ese nombre no la caracterizaba. Era aplicada en el colegio hasta fue abanderada en el último año del ciclo primario. Siempre la elegían para recitar poesías en los actos escolares, cosa que le encantaba y la hacía feliz. No se sumaba a los desórdenes de niños rebeldes y seguramente por eso la llamaban así, bausana. Tímida, temerosa de las malas notas y de las reprimendas en clases, por lo que prefería ser obediente. Sus padres, descendientes de inmigrantes, no acostumbraban a los festejos de cumpleaños, ni tampoco a los regalos. Si algún día recibió un obsequio, fue de manos de su hermano mayor que durante el servicio militar obligatorio le tocó ingresar a las filas de las fuerzas marítimas, y cada vez que regresaba a su casa ella lo esperaba con muchas ansias. Una de esas veces le trajo de regalo una muñeca de loza color negro, vestida de mazamorrera, con turbante rojo y lunares blancos. Ella adoraba a esa muñeca, hasta que un día alguien le sugirió que la bañara, y al hacerlo su único juguete se deslizó por sus pequeños  dedos enjabonados, y se desplomó en el piso de adobe partiéndose en dos pedazos. Su hermana mayor que ella, buscó con qué unir  las partes pero la muñeca ya no era la misma. En vano fue su llanto y pedido de que le compraran otra, no había una igual en ninguna parte de ese pueblo chiquito y tranquilo donde vivía. Tampoco se esforzaron mucho en buscarla. Su hermana, muy habilidosa en corte y confección,  logró armar una muñeca de trapo, era hermosa, pero se ensuciaba seguido, más por el polvo  de la tierra roja del lugar. Una de las tantas veces que la bañó, la muñeca se destripó y nada pudo reemplazarla.                                                           Pasaron los años y no hubo más regalos más que alguna que otra prenda de vestir o telas para confeccionar vestidos.                                                                                                                        Su vida cambió cuando su primer novio oficial (del que pedían la mano a los padres para visitarla en la casa) le obsequió una cadena de plata 900 con sus iniciales grabadas. Luego se sucedieron muchos regalos, y cuando nacieron sus hijos, cada cual con un regalo en la mano, la despertaban seguidos por aquel que fuera el mejor novio,  padre y esposo. Nunca festejaron a lo pomposo, con bombos y platillos, porque no se estilaba  hacerlo. Preferían el asado familiar del domingo, la ensalada rusa que no podía faltar y algún postre favorito de los niños, entre los que además de los biológicos, estaban presentes sus hijos del corazón. Ah! y la infaltable torta para soplar las velitas.                                                                                                                           Desde el día que él se fue para siempre, lo único que ella quiere es preparar una buena comida y compartir en familia. Pero hoy, que está lejos de sus raíces, preparó el almuerzo, invitó al sol, quien  la vistió de púrpura y lentejuelas brillantes, y con sus rayos hizo tararear la canción de feliz cumpleaños a todas las estrellas. Fue su único invitado y comensal especial. Compartieron las llamadas telefónicas, los mensajes de texto, los saludos por las redes sociales, riendo y haciendo devoluciones con alegría y buen humor.  Embelesado por la actitud sencilla y conformista de la cumpleañera, se retiró lentamente y desde el rellano, saludó con un aleteo cálido ahuyentando los gemidos de las lágrimas de lluvia que no tuvieron lugar en el convite.