viernes, 9 de diciembre de 2016

UNA DOCENA DE AÑOS


   Contaba tan solo con cinco años y ya me encantaba recitar poesías en la escuela. Recuerdo que las maestras nos entregaban una hoja con  la letra para que la estudiáramos en nuestra casa. Por supuesto, al no saber leer, mi hermana se encargaba del papel de rigurosa instructora. Después de varios días nos hacían pasar al frente y cada cual recitaba a su manera, algunos con ademanes, cuidando la entonación y gestos, otros con timidez, firmes como soldaditos de batalla. Silenciosamente esperaba ser electa, me posesionaba de los versos y los recitaba sin cometer errores. Pero reconozco que era como la abeja y la madreselva, que realiza su tarea quizá sin saber cómo se llama la flor que chupa.  Los versos de memoria repetía sin siquiera comprender sus letras. No sabía qué era una rima o una sinalefa, no tenía idea del significado de una comparación o de una metáfora, si en lo que declamaba había onomatopeya o una anáfora. Pasaron los años,  la poesía me perseguía y yo a ella. Y comencé a escribir,  hace ya una docena de años, no sin antes leer mucho, revistas, libros y lo que tenía a mi paso. Siempre sentí que la lectura va de la mano de la escritura.

                                                                                                                      Malania

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