Decidida en
las mañanas 
sale a
caminar 
en fresca alborada
esa mujer callada
para no
despertar 
a ninguna
nube
con gotas
de agua.
Encuentra
los primeros claros 
de luz
amanecida
a medio
camino 
del total
de la escalada. 
En la
primera esquina 
un ceibo en
flor 
se mece con
el viento 
pintando la
alborada.
En la
segunda 
una casa
tapiada 
sin
latidos, sin misterios 
simplemente
abandonada. 
En la
tercera 
un grupo
adolescente 
ojerosos,
resacados 
esperando
el colectivo 
para la
vuelta a casa 
y el zorzal
con sus trinos 
anunciando
la mañana. 
La mujer
sigue el camino 
ya con su
frente sudada. 
Bajo la
sombra de un haya 
plantada junto
a una tala 
con su
madera blanca 
sombrea los
lentos pasos 
de la
cansada dama.
Ella desoja
la lejanía
mágica
 sin divisar la lluvia 
o una azul
gota de agua.
Como
siempre él
ausente la
acompaña 
en cada paso
deshojando
letras 
de
cautivantes palabras. 
Detrás de una ventana 
la dueña se ahoga 
en letras no claras 
o quizás la niñera 
cuida una mascota 
o tal vez un iluso mago
compra una caracola 
y una concha azul 
al mar que la albergaba.
O quizás nadie. 
La mujer exhausta 
por larga caminata
vuelve feliz a su casa 
abre el grifo 
y en el agua de la ducha 
escucha 
del poeta una balada. 
Malania

 
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