Los días horizontales de julio
se convierten en turbias jornadas
con rumores de limo volcánico.
Un reguero de polvo radiante
indica que todo ha cambiado.
Los amaneceres se ven demorados
por lunas de cenizas y lluvias heladas.
Hasta las papas se muestran nevadas
y los caracoles adormilan
bajo el colchón de hojas
que el otoño les ha regalado
Muchedumbre embrutecida
por la ventisca del mediodía
buscan la acera del sol ausente.
Nadie reconoce los ojos del desencanto
los labios ansiosos, la mano agitada
que va diciendo adioses sin destino concreto
desde una puerta entreabierta
tan fría como la misma nieve.
Los gorriones más atrevidos
se congelan en un último aleteo
con sus picos abiertos, implorando
que volviera el buen tiempo.
Los pelícanos amontonados
a la vuelta de la esquina
se transmiten el calor del cuerpo
enmarañando su plumaje entre ellos.
Desde una ventana de cristales mustios
él observa su cruel destino de auto presidiario.
Pero no temas…aquí estoy…una voz de luz repite
“no temas…aquí estoy
y aunque el mundo congele tus huesos
y en silencio opaque tus besos
Yo seré por siempre tu celda ardiente”
Tu voz en mí. En mí, vos, por siempre vos.
Malania
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