Los dos se apiñaron en el recodo
el frío arrancaba suspiros
mientras ambos
oteaban minuciosamente sus orillas
para encender el fuego más íntimo.
Así aguardaron el sol del mediodía.
La claridad de una diferente jornada
se techaba de blanco y oro
con destellos plateados que refulgían
del inigualable fulgor de sus cabellos claros
sobre una dulce almohada
y ensortijados hilos dorados
bajo el manto estampado de las sábanas.
El cielo se había encendido
con reflejos de un sol mezquino.
Malania
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